La semblanza
Proponer una reflexión sobre la obra de vida de un pensador, cuya labor intelectual ha mantenido siempre rasgos propios, supone un esfuerzo de fidelidad a dicha obra. No obstante, y asimismo en atención a tales rasgos, una tal reflexión requiere de una semblanza del autor. Todo esto es lo que pretendo hacer con estas líneas respecto a Enrique E. Marí, fallecido el 3 de julio de 2001 en Buenos Aires, su ciudad natal.
Me temo, empero, que la lealtad que yo deba mantener a la obra de Marí pueda verse empañada por la gran amistad que nos unió y, en particular, por la mutua simpatía que nos procuramos en las últimas tres décadas. Existieron, además, muchos aspectos de esa relación que me permitieron acercarme con cierta profundidad al sentido de su obra la cual, por lo que yo entiendo, no fue del todo comprendida en Argentina, aunque le ganó enormes simpatías, sobre todo entre los jóvenes, y un importante reconocimiento en Europa. Aludo con esto antes que a los contenidos específicos de sus estudios, más al sentido que en especial algunos de ellos tuvieron para el medio cultural argentino en los momentos que se difundieron.
Todos estos motivos me impulsaron a aceptar la invitación a participar en el acto de homenaje, celebrado en el Salón Rojo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires el día 11 de octubre de 2001, Facultad esta la cual fue y seguirá siendo también mi Facultad. No obstante, intempestivamente, el organizador de este acto me informó que el actual Decano de la Facultad, Norberto D’Alessio, le había expresado que mi participación en dicho acto no sería de su agrado. Comprensiblemente, ante este veto, para no perturbar el acto en recuerdo de Enrique Marí, ni procurar un mal momento a su esposa e hijos, decidí no viajar a Buenos Aires y enviar un breve texto que Claudio Martyniuk tuvo el gesto de leerlo antes de las demás intervenciones en el acto. Ciertamente, en ese texto leído se asentaron los motivos de mi ausencia a tal acto. Todo lo cual, muestra que la democracia cuesta penetrar mucho en las instituciones de educación superior en Argentina.
Con todo ello, no será fácil suministrar un cuadro objetivo sobre la obra de Marí; ello así por los motivos afectivos que menciono, aunque igual por no poder desvincular su obra de los aspectos biográficos del amigo desaparecido. Algunos datos de su vida son, en mi opinión, harto significativos para su obra.
De tal manera, conviene señalar que Marí fue hijo de un hogar de obreros inmigrantes que, padeciendo la crisis de 1930, tuvo que proletarizarse y así lo hizo su padre con enorme dignidad, adquiriendo los valores más preclaros de la clase trabajadora que determinaron a Enrique desde su juventud: la honestidad, la sinceridad, la generosidad y la humildad. Estos valores, junto a los de la II República española que también sus progenitores exaltaban, marcaron la vida y la obra de Marí, la cual fue la demostración de una contracción silenciosa al trabajo, serio y persistente, como cualquier obrero que lleva señalado en su frente el orgullo por el esfuerzo cumplido. No muchas veces Enrique hablaba de sus padres pero, cuando lo hacía, revelaba cómo él había quedado tocado por esta ‘marca de fábrica’.
De ese hogar y por su lugar de residencia, Marí había adquirido un sentido de arraigo al lugar en que había transcurrido su infancia y juventud. De entonces le quedaron muchos datos de identidad. El barrio de Villa Crespo, un lugar de gran tradición porteña que en los años jóvenes de Marí tuvo una fuerte presencia en el imaginario de Buenos Aires. El fútbol y el tango, dos instituciones culturales tan significativas para la ciudad fueron corporeizadas por Marí en el club del Barrio: Atlanta y en ilustres figuras de la poesía y la música ciudadana. Nunca dejó de recordar estos ‘amores’ de juventud.
No relato estos aspectos por simple razón sentimental. También lo hago por que creo que todo este trasfondo de sencillez, afectos y emociones, imprimaron la personalidad de Enrique Marí sin que nada en su vida posterior alterara esta impronta, incluso en los momentos difíciles. Fue muy fiel a ese arraigo y aunque en su plena madurez siempre revelaba ser una persona apegada a gustos literarios o estéticos de fuertes contenidos, nunca ocultó aquellos ‘amores’ e incluso no perdía ocasión para hacerlos visibles. Demostraba poseer una fineza elevada cuando, en presencia o en reunión con algún mentecato o mentecata éste o ésta daba muestras de palmaria tilinguería o insubstancialidad, sacaba de su inconsciente alguna palabra o expresión del lenguaje porteño o lunfardo que era entendida por quien le seguía en su opinión, con la que calificaba al tonto o tonta de turno. Sus ocurrencias en este sentido solían ser de enorme imaginación. Con agudos u originales dichos demolía cualquier torpeza o estupidez sostenida por algún engreído interlocutor. Pero siempre procedía con gran recato, sin agraviar al envanecido y sólo para alegrar a quien escuchaba sus comentarios. Todo se basaba en un humor casi británico, caracterización que asimismo podía darse a su porte de gentleman . Otro recurso que usualmente empleaba con sus amigos para descalificar o calificar con quien discrepaba, eran las poesías de tango; siempre encontraba los versos más apropiados para describir situaciones, actitudes o personas. Eran permanentes sus invocaciones de Carlos Gardel, sobre todo cuando debía calificar algo o alguno como lo superior en su género o en relación a congéneres. De este modo, demostraba que los mitos populares también formaban parte de su propio imaginario, a la vez que de esta forma confirmaba su arraigo a Buenos Aires, la ciudad a la que amó y con la que se sentía comprometido. Por ello, la pérdida de la memoria por los habitantes de Buenos Aires era algo que le dolía mucho. Cuando en los años de la última dictadura militar, un intendente (alcalde) de la ciudad, nombrado ‘a dedo’, procedió a la destrucción de espacios urbanos muy significativos para quienes se sentían apegados a ellos y construyó autopistas que atravesaban barrios o rincones tradicionales, con marcado interés y beneficio personal, Enrique Marí quedó muy afectado y sufrió un marcado dolor. Desde su domicilio familiar, en un cuarto piso del centro de Buenos Aires, se podía ver un escenario así transformado; cuando muchas veces, en visitas a su casa, nos asomábamos al balcón y observábamos el panorama, él siempre mencionaba el apellido de aquel intendente (alcalde) y le adjudicaba el peor de los recuerdos, agregando por cierto alguna jocosa imprecación
Un enorme significado también tuvieron todos estos aspectos en su vida familiar. Que yo sepa, Enrique Marí fue un marido y un padre tan afectuoso como comprensivo, todo lo cual era fácil comprobar pues él siempre compartió su vida familiar con sus amigos. De tales maneras, pudo distribuir su tiempo y aprovecharlo para el estudio. En alguno de sus libros, al dedicarlo se disculpa con su esposa e hijos por la substracción de horas para compartir al haberlas dedicado al trabajo intelectual; yo no creo, sin embargo, que él haya robado oportunidades a la vida familiar. Antes bien, lo he visto estar muy relajado en compañía de todos ellos.
Pocas veces se le debe haber visto de mal humor. Cuando estaba contrariado era cuando se mostraba más irónico y su réplica adquiría un torno burlón, pero fino y en ocasiones disimulado, nunca expresado con mofa o escarnio. Su burla era fina y astuta, siempre encubierta de forma que, aunque la situación le desagradara, lo revelaba como una persona muy tolerante; precisamente eso, tolerancia, fue lo que demostró siempre, una virtud que poco demostraron quienes le denostaron y lo quisieron perjudicar en la vida académica, pese a que semejante atributo de los actos racionales
ha constituido un tema recurrente de la filosofía analítica.
Su actividad profesional la transcurrió como funcionario del Banco Central de la República Argentina, habiendo llegado a ser responsable de los asuntos jurídicos de la institución. Pese a las innumerables vicisitudes de la administración pública argentina, Marí alcanzó en esa actividad el tiempo para su jubilación. Sin embargo, a lo largo de su vida como funcionario tuvo que soportar todas las direcciones del Banco que, por mandato legal, tiene a su cargo, entre otras tareas, la de establecer la política monetaria de la República. Por ello, Enrique Marí era un excelente testigo de los desvaríos, extravíos, latrocinios o ataques de que fue objeto la máxima institución bancaria del país. Conoció a sus presidentes o miembros del directorio, por lo que hubiera podido hablar muy concretamente de quienes utilizaron el Banco Central como plataforma de posteriores aventurerismos económicos y políticos, con graves consecuencias para Argentina. Por cuanto esos aventureros o vulgares defraudadores del tesoro nacional sabían que Enrique Marí hubiera podido justificar cualquier acusación a sus respectos, en más de una ocasión corrió el riesgo de una exclusión o cesantía por simple venganza. No obstante todo esto, pudo salvar no sólo su plaza, sino también su integridad como funcionario, pese a que era reconocida su posición democrática, enfrentada con aquellos que había utilizado el Banco Central para sus fines personales. Por tanto, resultó muy doloroso saber, una vez recuperadas las instituciones democráticas en 1983 que, quienes intentaron impedirle el acceso a la cátedra de Filosofía del Derecho en la Universidad de Buenos Aires, vanamente le atribuyeron haber medrado en su cargo como Director de Asuntos Jurídicos del Banco Central durante el período dictatorial. Estas acusaciones, nunca manifestadas en la cara a Marí, fueron aún más ofensivas para él pues, por una parte, nada tenían que ver con la competencia académica e intelectual para ejercer la cátedra mientras, por la otra, tampoco fueron expresadas ostensiblemente y con fundamento. Las conocimos quienes sabíamos, a la distancia, la resistencia que provocaba su justificada pretensión para alcanzar la titularidad de la cátedra de Filosofía del Derecho y, en particular, por que esas infundadas acusaciones eran proferidas por algunas personas que, ellos si, efectivamente, habían medrado con la dictadura pero que, desalojada ésta, se mostraban simpatizantes o valedores del gobierno democrático surgido en 1983.
Lo último es representativo de hasta qué punto tuvo que defender su capacidad y valía, para acceder a la cátedra universitaria. Se le reprochaba, asimismo, no ser doctor en derecho, cuando en Argentina nunca fue necesario este título académico para obtener una plaza docente. Lo cierto es que en la Facultad de Derecho se temía que su presencia podía romper la hegemonía establecida por una cierta orientación analítica en la enseñanza del derecho. De este modo, y a partir de un disputado concurso-oposición que tendría que haber sido presidido por Elías Díaz, invitado a tal fin pero al que no pudo acudir, se inició un proceso de impugnación y recursos (administrativo y judicial), a cuya finalización le fue adjudicada la cátedra. Desde entonces, con absoluta amplitud por su parte, Enrique Marí compartió la enseñanza de la Filosofía del Derecho con sus antiguos oponentes hasta que por alcanzar el límite de edad, tuvo que retirarse. Ocurrió algo semejante en la Facultad de Ciencias Sociales de la misma Universidad de Buenos Aires, donde compartió la cátedra de Epistemología con Gregorio Klimovsky; a ambos se les impuso el retiro forzoso al llegar a los 65 años de edad, pasando a ser profesor emérito el segundo y asesor consulto Marí. Parecería entonces que en los últimos veinte años hubiera alcanzado un pleno reconocimiento académico. No obstante, fue evidente que Marí no quería dejar sin responder los reproches que le habían formulado en la Facultad de Derecho, por más que fueran absolutamente infundados, dado que su obra y antecedentes habían sido más que suficientes para ganar la titularidad de la cátedra de Filosofía del Derecho. De este modo, este mismo año de su fallecimiento, ya jubilado, presentó la tesis que le procuró el titulo de Doctor en Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Su importante investigación La teoría de las ficciones en la literatura, realizada con ese fin, espera ser publicada.
La obra
Yo pienso que la obra de Marí tiene tal consistencia y semejante coherencia que la hace difícilmente comparable en el firmamento de la filosofía argentina. Digo esto, porque si respecto de algún otro pensador nacional podría entenderse como versatilidad el hecho de cambiar de temas de estudio, ser voluble o inconstante con ellos, el firmamento reflexivo de Marí reveló una persistencia notable, en particular en lo que respecta a sus intereses por todo aquello que en el plano de los valores puede incidir como influjo para la cuestión social . Esto supuso en la obra del amigo desaparecido una amplitud temática que lo llevó desde la filosofía griega clásica, hasta la teoría filosófica jurídica, pasando -pero no en el sentido de mudanza o traslado de un lugar a otro, sino en el más profundo de orientación o conducción- por la filosofía de las ciencias, por la teoría y la sociología del conocimiento. Sus temas de preocupación le han convertido en un muestra muy fidedigna de los cambios acaecidos en el firmamento filosófico de las crisis epocales de la segunda mitad del s. XX. Y, al mismo tiempo, lo revelan como un preclaro pensador de cuanto se preanunciaba en el cambio de milenio.
Si Marí se preocupó, con mucha amplitud y espacio escrito por la cuestión epistemológica, fue porque él siempre vislumbró que la naturaleza, el origen, el objeto y los límites del conocimiento necesario para comprender y explicar los problemas que la Humanidad iba a vivir después de 1989, no podía seguir atado a la primera Methodenstreit que dominó en las últimas décadas del s. XIX y primeros del s. XX la vida cultural y académica alemana. En cualquier caso fue evidente que Marí conocía mucho y bien los términos de esa disputa, como para asomarse a la que se promovió cuando, por fin Louis Althusser por una parte, y Michel Foucault por la otra, superaron la crisis espistemológica provocada por la controversia entre la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt y la sociología de orientación empírica, liderada por Karl Popper que propiciaba el individualismo metodológico y la neutralidad política. El neopositivismo ocupó a Marí desde un comienzo de sus investigaciones, movimiento que visto como una ideología permitió que él ensayara una impugnación materialista de su epistemología y dio pie a su búsqueda por una teoría de la verdad. Estos extremos fueron abordados por Marí en Neopositivismo e Ideología . Buenos Aires: EUDEBA, 1974, un volumen que sufrió por un tiempo una ‘autocensura’ de la editorial por imperio de la situación dominante en Argentina (así reza la dedicatoria que él escribió en el ejemplar que me obsequiara) la cual ya preanunciaba lo que iba a acontecer desde 24. marzo de 1976 hasta 1983. En ese volumen quedaron muy evidentes las cuestiones que Enrique Marí abordaría en años posteriores porque, en efecto, inició un recorrido que le concentró en dos puntos nodales, cuales fueron la teoría de las ficciones y el discurso del poder.
No obstante, el libro de Marí que, en mi opinión, mejor se exponen y concentran sus enfoques sobre el debate epistemológico, fue Elementos de epistemología comparada , Buenos Aires: Puntosur editores, 1990. Dividido en dos partes (I. ‘Las formas de la filosofía: su relación con las fuerzas sociales’ y II. ‘La epistemología de la ciencia. Corrientes contemporáneas’) el libro se presenta como de
un elevado contenido actual. El esfuerzo que Marí ha hecho para exponer los aspectos salientes que han concentrado el debate, sobre todo entre las corrientes anglosajonas y materialistas francesas en la primera parte del s. XX, han procurado una valiosísima comparación de alto sentido didáctico. Posiblemente esta obra sea, para un público hispano hablante, la más clara y sintética exposición de lo que pueda considerarse una epistemología para y de las ciencias sociales. Desde la filosofía, Marí ha descendido elaborando un discurso connotado por la problemática del orden y el poder.
Puesto que Marí fue un filósofo que había estudiado derecho, esas dos cuestiones fueron abordadas en este último campo. De tal modo, Jeremy Bentham y Michel Foucault le dieron repetidas oportunidades para cuestionar ciertos dogmas jurídicos afirmados a lo largo de la Modernidad. El castigo, sus empleos y el cambio de las prácticas punitivas fueron objeto de un libro extraordinario, compuesto por un estudio sobre la racionalidad y la tecnología en J. Bentham; un análisis del castigo en el plano del discurso teórico y un lúcido examen del Panóptico, tanto en Bentham como en Foucault (La problemática del castigo. El discurso de Jeremy Bentham y Michel Foucault . Buenos Aires: Hachette 1983), completaron este volumen sobre el cual volveré más adelante.
Sin embargo, Marí también estaba dotado de una notable preparación psicoanalítica, sobre todo en su versión lacaniana, por lo cual el examen del discurso jurídico desde la perspectiva psicoanalítica le permitió igualmente alternar sobre la indeterminación del lenguaje empleado en este campo del conocimiento del derecho. Con estos sentidos participó con tres colaboraciones relevantes en un primer volumen de Hachette de Buenos Aires, de 1982 -El discurso jurídico. Perspectiva psicoanalítica y otros abordajes epistemológicos- junto a trabajos de Pierre Legendre, Ricardo Entelman, Enrique Kozicki, Tomás Abraham, Etienne Le Roy y Hugo Vezzetti y, en uno segundo de la misma editorial en 1987 Derecho y Psicoanálisis. Teoría de las ficciones y función dogmática donde el editor incluyó su contribución sobre "La teoría de las ficciones en Jeremy Bentham" y su "Racionalidad e imaginario social en el discurso del orden", junto al trabajo de Hans Kelsen "La función de la Constitución" ya publicado en alemán en 1964, el de Enrique Kozicki "De la dimensión jurídica de la vida" y el de Pierre Legendre "Los amos de la ley", todo precedido de una excelente Introducción de Arnoldo Siperman.
Sus posteriores Papeles de Filosofía , tanto el volumen I de 1993 que apareció con un subtítulo, …para arrojar al alba , -paráfrasis del admirado poeta porteño Raúl González Tuñón, a quien Marí profesaba una atención especial no sólo por sus versos sino también por su compromiso social- cuando hablaba de los papeles que los filósofos arrojan al alba, cuanto el II de 1997, subtitulado La teoría de las ficciones en la política y la filosofía (dedicado a sus hijos e hijos políticos), son libros que, publicados por Biblos (una editorial de Buenos Aires que mantuvo con Marí algo más que una fidelidad) recogen una amplia colección de argumentos y panorámicas de autores que impresionaron a Marí en los campos de sus intereses. En ambos, hay temas recurrentes como el orden y el poder en el primero de los volúmenes citados, o la teoría de la ficciones y el concepto mismo de teoría en el segundo. Mas en ambos se trasluce la coherencia del pensador, pese a la variedad temática.
Cuando se acercaba el final de la década de 1980, es decir cuando la nueva democracia argentina revelaba las inconsistencias culturales que favorecieron el deterioro presente, en un encuentro que sostuvimos como consecuencia de un largo intercambio postal, convinimos que muchos de los aspectos que facilitaban ese deterioro eran comunes con otros semejantes que habían facilitado el proceso autoritario en España, pre- y post período republicano. Entendimos que podía ser útil poner en conjunto diferentes perspectivas que pudieran esbozar estudiosos argentinos y españoles. Decidimos que la voz control social que para mi ya era un tema de profunda incidencia y atracción en el campo de las disciplinas sociales, comprendida el derecho, podía ejercer una convergencia de variados intereses disciplinarios. Enrique Marí se encargó de comprometer a colegas argentinos contemporáneos y yo, por mi parte, hice lo propio con españoles. El trabajo realizado por Enrique puso de manifiesto el respeto y la atención que despertaban su personalidad y prestigio en los medios intelectuales de Buenos Aires entre quienes se preocupaban y eran sensibles a distintos abordajes. El resultado de esa actividad conjunta fue un corpulento volumen publicado con el título de Historia ideológica del control social (España-Argentina, siglos XIX y XX ), Barcelona: PPU-colección ‘Sociedad-Estado’ n. 5 y las consecuencias de su aparición fueron, como lo pusieron de resalto algunos comentaristas, unas que demostraron el acierto de la decisión, dado que el control social se llenó de contenidos tan diferentes como los relativos a la cuestión social, la religión, la educación, la emigración, la enseñanza del derecho, la situación de la mujer, la beneficencia, las políticas psiquiátricas, la medicina mental, el aparato policial, los jueces y el encierro disciplinario por parte española; mientras, por parte argentina, se entendió que el control social también podía analizarse en Buenos Aires mediante el concepto de ciudad moderna, la cuestión social desde el concepto de Estado y clases dominantes, el movimiento obrero hasta 1910, la comunidad italiana en Buenos Aires en el período de 1850-1880, el racismo como ideología neocolonial, la moralización ciudadana en 1880 desde la literatura médica, el socialismo y el marxismo en Juan B. Justo, el poder mediante el control militar, y la entonces crisis universitaria desde sus orígenes y motivos actuales. Esta tarea constituyó para mi una ocasión única de poder intercambiar con Enrique Marí tantas opiniones; creo haber aprendido mucho y aprovechado el tiempo que nos ocupó el trabajo de pedir y recoger manuscritos de sus autores, discutir sobre sus contenidos, homogeneizar las formas y, finalmente, con todas las dificultades provocadas por la distancia espacial (entonces sin recursos cibernéticos) entregar a Promociones y Publicaciones Universitarias de Barcelona el material que conformó, finalmente, un volumen de 688 páginas. El 1. de marzo de 1990 se hizo una presentación en Buenos Aires, auspiciada por y acogida en locales de la Oficina Cultural de la Embajada de España, que estuvo a cargo de Hebe Clementi, escritora y filósofa argentina. Unos días más tarde, el 21 de marzo celebramos un acto semejante en Barcelona, acogido en los locales del Centre d’Informació i Documentació Internacionals de Barcelona (CIDOB) y auspiciada por el Institut de Ciències Politiques i Socials (ICPS). Allí tuvo lugar un interesante debate, moderado por Josep Ribera (CIDOB), a propósito de los contenidos del volumen, entre Isidre Molas (Universitat Autónoma de Barcelona-ICPS), Carlos Martínez Shaw (Universitat de Barcelona), Ernesto Garzón Valdés (Universität Mainz, RFA) y Enrique Lynch (Col.legi de Filosofía). Tengo certeza que este cálido esfuerzo no sólo cimentó mi admiración y mi amistad por Enrique Marí, sino también la inmodesta impresión que igualmente contribuyó a una convergencia disciplinaria que en nuestro ámbito cultural de lengua castellana no estaba facilitada a comienzos de la ultima década del s. XX. Por todo ello he quedado deudor de Enrique E. Marí y así lo quiero manifestar.
No quisiera finalizar este apretado y parcial análisis de la obra cumplida por Enrique E. Marí, sin expresar lo que yo entiendo como el significado de este legado. Muchas veces tuve oportunidad de prese
nciar y participar en conferencias, seminarios, reuniones y otro sinfín de encuentros de Marí con jóvenes, estudiantes y docentes universitarios; en Barcelona, en España y en diferentes universidades de Argentina, México, Colombia y Brasil. En la última década tuve la posibilidad de invitarle repetidamente a la Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona, mientras otros colegas filósofos lo hacían en sus respectivo departamento. En todas esas ocasiones pude comprobar el atractivo que sus exposiciones tenían; siempre tan claras y didácticas, como simpáticas y plenas de contenido. En lo que respecta al campo del conocimiento criminológico, las investigaciones de Marí sobre Bentham y Foucault provocaron un enorme interés de los jóvenes sobre la disciplina y el orden. Desde entonces, su libro La problemática del castigo , al que más arriba hice mención, se convirtió en texto obligado de nuestros seminarios. Tanto Iñaki Rivera, como yo mismo, en la Facultad de Derecho de la Universitat de Barcelona, tuvimos que violar reiteradamente los derechos de autor de Enrique Marí, con su conocimiento y aceptación, pues dado el lamentable tratamiento comercial que se depara a la distribución de obras publicadas del otro lado del Atlántico, nunca llegaron ejemplares del libro a Barcelona. Los pocos ejemplares de que dispusimos, fueron traídos por nosotros mismos desde Buenos Aires y, por el resto, las fotocopias siguen cumpliendo la tarea de difundir las enseñanzas de Marí y de promover el interés entre los jóvenes.
En Argentina, he podido observar algo parecido, porque en sus universidades, sobre todo de provincias, tuvieron la facilidad y el goce de la frecuente presencia de Enrique. No sólo no se negaba a visitarlas; creo que él gozaba mucho con esos encuentros, en el sur como en el norte, en Cuyo como en el litoral. Además, sus libros publicados en Argentina circulaban con relativa facilidad. Y, así como sus opiniones lograban poner en cuestión las enseñanzas de los profesores, sobre todo de derecho, asentados en la tradición, también provocaban el despertar reflexivo y crítico de los jóvenes. En Rosario (Santa Fe), como complemento de la enorme contribución que Juan Carlos Gardella dio al pensamiento jurídico crítico, los libros y las presencias de Marí facilitaron la ampliación de un grupo que sigue en esa línea de pensamiento. Algo semejante ocurrió en la Universidad del Litoral (Santa Fe) y, asimismo, en la Universidad del Comahue (Neuquén). Podría dar otros ejemplos acerca de la influencia del pensamiento de Marí. Creo que su compromiso ético, demostrado en su porfiada denuncia de la corrupción y sus reiteradas intervenciones en sostén de un mayor celo en la protección de los derechos humanos, agrandaron su figura moral; quiso ser y fue profesor en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo e intervino en muchos congresos o seminarios internacionales donde se procuraba construir un discurso contra los crímenes de lesa humanidad. En este sentido recuerdo una sonada intervención que hizo en el Simposio contra la Impunidad y por la defensa de los Derechos Humanos , organizado por la Plataforma contra la Impunidad de Barcelona y celebrado del 24 al 26 de octubre de 1997, en el Il.lustre Col.legi d’Advocats de Barcelona. Allí sostuvo una ponencia con el título ‘La construcción social e histórica de la memoria y el olvido’ que dejó deslumbrados a los asistentes (v. Contra la Impunidad y en defensa de los derechos humanos , Barcelona: Icaria editorial, 1998: 34-38).
Pese a todo lo dicho, así como ha dejado una huella profunda en la juventud preocupada por el uso del derecho como instrumento de dominación, será difícil decir que Marí deja discípulos. Estoy seguro que él nunca tuvo la presuntuosidad de hablar de sus ‘discípulos’; algunos, no obstante, sí pretendieron auto-titularse como tales. En una época, bajo este título y el paraguas que les facilitaba el prestigio de Marí, algunos pocos presumieron de ser constructores de una teoría crítica del derecho que anunciaron como protección frente al talante autoritario. Pero, una vez obtenidas posiciones de privilegio y poder (¡vaya el poder que da la universidad en Argentina!), velozmente se olvidaron del maestro y se plegaron al democrático continuismo universitario. Estoy sin embargo persuadido que aquellos que nunca reclamaron el discipulado son quienes pueden ejercerlo, en el futuro, sin alharacas. Podrá juzgarse lo que digo leyendo el análisis de Claudio Martyniuk sobre El banquete de Platón. El eros, el vino, los discursos , Buenos Aires: Editorial Biblos, 2001, el último libro de Enrique Marí que llegó a las manos de sus amigos europeos en su último viaje al continente, en mayo de este mismo año de publicación.
Afortunadamente, algo diferente ocurrió en los ambientes culturales que frecuento Marí en Europa. Tanto en Francia como en Alemania, donde Enrique Marí había transcurrido temporadas de estudio, poseía un reconocimiento. Sus afinidades con Etiene Ballibar y Dominique Lecourt, discípulos de Louis Althusser, le mantuvieron cercano a la tradición neo-marxiana. Pero, fue su proximidad y contacto con el último que le valieron su aprecio por el trabajo de mantener viva en Argentina la obra de Wittgenstein, lo que en Francia no había sido posible. Así lo dejó manifestado Althusser en los textos autobiográficos que dejó a su muerte y que recibieron publicación bajo el título de L’avenir dure longtemps ,suivi de Les faits (v. trad. en castellano de Marta Pessarrodona y Carles Urritz, El porvenir es largo. Los hechos , Barcelona: Ediciones Destino, colec. ‘Ancora y Delfin’, vol. 691: pág. 242). En Alemania fueron Harald Weinrich y C. Ulises Monerhes sus más asiduos interlocutores filosóficos.
En España, donde estaban los orígenes valencianos de su padre, mantenía intensas relaciones. En primer lugar, con Elías Díaz quien le había facilitado su contacto con otros filósofos del derecho. De estos fue Manuel Atienza, conocedor del medio argentino a partir de su investigación y tesis doctoral, quien había individualizado el impacto del pensamiento de Marí. Julián Sauquillo, estudioso de Foucault, tuvo por Marí y su obra una atención preferente. Pero, también estuvo estrechamente vinculado a los filósofos puros. En Barcelona, fue Miquel Morey quien lo respetaba como foucaultiano; mientras, Manuel Cruz lo reconocía por su investigación sobre una teoría de las ficciones.
A mi no me queda más decir cuánto lamento la pérdida del amigo, los encuentros, las charlas y la lectura de sus artículos periodísticos de Buenos Aires que Enrique me enviaba o yo recibía; me quedan sus libros y sus dedicatorias, tan llenas de afecto. Creo que por largo tiempo Argentina no producirá un pensador tan íntegro y expresivo, al punto de que sus reflexiones y campos de interés fueron necesarios para hacer comprender la necesidad de una fuerte depuración ética y cultural. Todo ello se traduce con una frase empleada por Diderot en su diálogo El sobrino de Rameau , y que el propio Mari utilizó en su ‘Introducción’ a La problemática del castigo . Dijo Diderot: O fou, archifou m’écriai-je comment se fait-il que dans ta mauvaise tête il se trouve des idées si justes, pêle-mêle avec tant d’extravagances ? (¡Oh loco, archiloco!, exclamé, ¿cómo es posible que en tu mala cabeza se encuentren ideas tan justas, revueltas con tantas extavagancias?).
(*) Roberto Bergalli, nacido en Buenos Aires (Argentina), ha estudiado derecho y ciencias sociales en la Universidad Nacional local, donde alcanzó el doctorado. Ha proseguido sus estudios de perfeccionamiento en criminología y sociología jurídica en Cambridge (U.K.), en Roma y en Köln, donde logró un doctorado en Sozialwissenschaften (richtung Rechtssoziologie u. Kriminologie ). Obtuvo, asimismo, un tercer doctorado en derecho, en Salamanca. Ha sido Director Científico del International Institute
for the Sociology of Law Oñati, España). Actualmente es profesor en la Universitat de Barcelona (UB), en cuyo Departament de Dret i Ciencies Penals dirige el Master Europeo Sistema Penal y Problemas Sociales. Es director de un Master Internacional en las Universidades Autónoma Metropolitana (Azcapotzalco) y Tlaxcala en México, y de otro en la Universidad Nacional de Rosario (Argentina). Es coordinador de la especialidad en Sociología Jurídico-Penal del Programa de Doctorat en Dret de la UB y Cap d’Estudis del Graduat en Criminología i Política Criminal (UB). Ha publicado 172 colaboraciones en revistas de su especialidad de América y Europa y 23 libros como autor, editor o co-editor.