Tomar el obelisco. La barbarie piquetera vista a través del Facundo y el poder mediático. Por Damián Repetto y Francisco Bompadre.

“Con la luz de tu ingenio iluminaste / la razón en la noche de ignorancia por ver grande a tu patria tú luchaste / con la espada, con la pluma y la palabra.”

Leopoldo Corretjer, Himno a Sarmiento.
 
“Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción: en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja, consume, vive digna y confortablemente”.

Juan Bautista Alberdi, Bases.

“Vamos a limpiar la Patria de la roña rencorosa que trajeron los fracasados de afuera, y del hollín ideológico con que le ofuscaron el alma”.

Leopoldo Lugones, Acción.

En la cita de Lugones que sirve de epígrafe a este artículo, podemos rastrear uno de los dilemas fundamentales del discurso hegemónico del poder en la Argentina: la imposibilidad, política y discursiva, de incorporar al otro al universo de significaciones propias. Lugones habla de las poblaciones inmigrantes que, desde su visión, estaban invadiendo Buenos Aires, y de este modo, haciendo uso de una monumental y reductora sinécdoque, a todo el país. Estas "hordas" eran aquellas mismas que el famoso "gobernar es poblar" alberdiano (esgrimido por las elites decimonónicas) había previsto como la solución al problema de la corrupción racial de nuestra Patria. Pero las cosas no siempre son lo que parecen, ni funcionan como se espera: el fracaso de las políticas de distribución de tierras -la mayoría de las cuales quedaron en manos de los ya acaudalados y corruptos terratenientes-, la procedencia de los inmigrantes -se esperaban habitantes del noroeste de Europa y llegaron contingentes del sur- y la falta de alimentos y trabajo, hizo que las masas hambrientas comenzaran a movilizarse con destino a la ciudad puerto que los había eclipsado.
 
Para el momento en que Lugones brinda esa conferencia -luego publicada en forma de libro bajo el título de Acción- ya había nacido en el país la primera generación de hijos de inmigrantes y las ideas políticas de ultramar -anarquismo, socialismo, comunismo, etc.- hallaron en los nuevos actores sociales tierra fértil para su germinación. Y detrás de las palabras -violentas- de Lugones, detrás de su ataque a los “advenedizos”, resuena la fórmula que el admirado Sarmiento le había enseñado a los hombres destinados a mandar en este país: civilización o barbarie. No hay síntesis posible. En 1923 Lugones y el grupo de quien él, a pesar de sus vaivenes políticos, decíase representante, sintieron la amenaza. Hoy, los deudores de aquel discurso reaccionario y excluyente, revitalizan ese miedo y recurren, para la elaboración de su discursos, a la misma fuente: la tesis fundante de la política argentina que, hacia 1845, estampara Domingo Faustino Sarmiento.

Con frecuencia, ha referido la historia que ese año -1845- se anuncia la visita de un embajador rosista a Chile, con la misión de neutralizar el accionar de los exiliados políticos -enemigos del Restaurador- en el vecino país. Sarmiento, que se encontraba recluido allí desde hacía un tiempo, toma esa visita como una afrenta personal[1] y acomete, entonces, la escritura del folletín que, según algunos críticos, daría nacimiento al complejo denominado literatura argentina: Civilización y barbarie en las pampas argentinas. Vida de Juan Facundo Quiroga[2]. El paso del tiempo y las operaciones, tantas veces difusas, de aquello que Bourdieu denominara campo intelectual, redujeron el título del libro al nombre propio. Este no es un dato menor, ya que, por medio de dichas operaciones, se escamotean los contenidos políticos presentes en el libro desde la misma portada.

Siguiendo el modelo romántico francés, el autor divide el libro en tres partes: el paisaje, el hombre y el mundo. Plena de determinismos, en la primera sección Sarmiento describe las características físicas del país y los tipos (humanos) que engendra. Aclaremos: dentro de la concepción sarmientina es el medio geográfico el que determina los caracteres y comportamientos de los hombres, excluyendo la consideración de toda variable político-económica en la formación de la personalidad de los habitantes. Así, el Interior inculto, atrasado con respecto a la ciudad, sólo puede engendrar sujetos donde el instinto, la fuerza y la fiereza priman en desmedro de la razón, virtud del hombre civilizado. Es decir, la naturaleza primordial, con sus fieras y peligros, que rodea al hombre del Interior, no puede engendrar en éste más que capacidades acordes al medio salvaje en que se encuentra inmerso.

La segunda parte lleva por título ”Vida de Juan Facundo Quiroga”. Han transcurrido diez años desde su asesinato en Barranca Yaco, pero el recuerdo del caudillo persiste en la memoria del pueblo bárbaro e iletrado. Sarmiento, que veía en el caudillaje la máxima manifestación de la barbarie, recorre la biografía de Quiroga para intentar dar una respuesta al mal que, según él, aqueja al país –ya el título lo anuncia: el dominio de la barbarie. El carismático Quiroga tuvo tanto apoyo popular como Rosas, y ése es un gran problema. Acaso la mayor virtud en la escritura del Facundo resida en el desplazamiento que opera en la narración. Es decir, Sarmiento escribe un libro sobre Quiroga para discutir con Rosas: el motor secreto de esa lucha imaginaria y personal con la figura del otro es por supuesto Juan Manuel de Rosas y ese diálogo con Rosas, en sus textos, está siempre desplazado y ficcionalizado y es indirecto y está mediado  (Piglia, 1998).

La última parte corresponde a la propuesta política de Sarmiento. Entre los puntos principales, se preconiza el afianzamiento del liberalismo económico, la capitalización de Buenos Aires y exterminio de los habitantes bárbaros del Interior (principalmente, los gauchos y mestizos, que cargaban en su sangre todas las deformaciones que engendra el medio) para reemplazarlos por inmigrantes europeos. Vaciar Europa[3] en Argentina: he allí el plan. Éste -que comenzó aplicarse después de Caseros- tuvo su auge y consolidación final con la llamada Generación del 80’, y sus nefastos efectos llegan hasta la actualidad[4]. En líneas generales, supone la incorporación dependiente de la Argentina al mercado económico mundial, en tanto proveedor de materias primas (en especial, de Gran Bretaña) e importador de manufacturas.

Fiel a los mandatos que Echeverría estampara en el Dogma Socialista (manifiesto estético-político de los miembros del Salón Literario)[5], Sarmiento tiene un ojo puesto en Europa y el otro en las entrañas de la Patria. Identifica, como hemos dicho, a Europa con la civilización y a la Patria con el elemento bárbaro. De este modo opera en su escritura una inversión conceptual: en tanto el concepto griego de barbarie se refería al elemento foráneo, Sarmiento lo identifica con lo autóctono. En algún punto, el problema más grave, más allá de la existencia de la barbarie misma, es su presencia, justamente, en la ciudad letrada, en el sacrosanto templo de la pluma y la palabra. El carácter bárbaro de Rosas no es lo vital, pues, en todo caso, el principio liberal que rige su política no difiere en líneas generales de los deseos de Sarmiento y su grupo: el escándalo es que ha invadido de Buenos Aires, y con ella se apoderó todas las armas de la civilización para ejercer el despotismo. Rosas hace el mal sin pasión, nos dice Sarmiento, pero cuenta con todo el poderío del Estado para cometer sus crímenes[6].

Más allá del desplazamiento escritural que implica el diálogo diferido que se establece con Rosas a partir de la figura de Facundo, el problema central del libro de Sarmiento es otro. Éste concibe a la realidad en términos maniqueos. Inventa,
para llevar adelante su argumentación, el principio de la realidad escindida (Piglia, 1998). Así, a partir de la antinomia fundante civilización y barbarie -que engendrará muchas otras, complementarias- Sarmiento no sólo encuentra un mecanismo para estructurar su obra -cada término tendrá, siempre, un opuesto- sino que, en el mismo gesto, inaugura una manera de hacer política y pensar la sociedad argentina de larga perdurabilidad. La forma de la civilización y la forma de la barbarie se representan de maneras diversas, pero siempre abonan el planteo central. De este modo, al hombre racional letrado de la ciudad, Sarmiento opone el gaucho inculto e instintivo; al mundo de la letra se opone la oralidad; al Interior se opone Buenos Aires; Europa tiene como contraparte América, y así sucesivamente. Sarmiento define un otro, enemigo del hombre civilizado, y crea una ficción política que se encuentra en las raíces del liberalismo. El mundo queda escindido en dos partes; indefectiblemente, se está de uno u otro lado. Ese hombre, “que funda escuelas y se cree que iguala a los hijos de los pobres y los ricos con el guardapolvo blanco”[7] plantea su mismidad a partir de la ciudad, y ésta se convierte en su lugar de pertenencia. De este modo, quienes manejen los hilos del poder -discurso hegemónico a partir de Sarmiento- ubicarán dentro de una u otra categoría a los hechos y a las personas, ya sea que sirvan o no a sus fines.

Existen, claro está, diversos grados de barbarie, escalas y jerarquías (un gaucho, por ejemplo, es “menos” bárbaro que un indio, en tanto puede ser aprovechado, ya sea para la guerra, ya como mano de obra barata) más o menos útil, pero éstas deben ubicarse lejos, donde no molestes ni irradie sus oscuridades sobre la civilización. Curioso es que, en tanto para Sarmiento el indio no significaba un problema, si lo fue para Roca y su séquito de asesinos. Porque, en rigor, desde la perspectiva del discurso hegemónico, el Otro no tiene una existencia real hasta que se convierte en un obstáculo. Para detener su accionar, el primer paso es nombrar al Otro; es decir, definirlo, caracterizarlo axiológicamente, según el sistema de valores profesado, o por su ausencia. De este modo, al nombrarlo, el Otro se convierte en una entidad discursiva (tanto en la sociedad como en los medios de comunicación) y se aleja, casi, del ámbito de la humanidad: el discurso del exterminio, (no en términos de eliminación, sino de exclusión, aislamiento u oportuno aprovechamiento energético o sufragial) para poder introducir el discurso del racismo, de la oposición civilización-barbarie, debe alejar al Otro, al bárbaro, al indio, al gaucho, al inmigrante, al pobre, al subversivo, al piquetero, del ámbito de la humanidad.

La Argentina -tierra de blancos europeizantes- fue explicada en sus adelantos sociales, políticos y económicos en contraposición al resto de la América Latina indígena, mestiza, negra y mulata, a partir de la ideología racista dominante por los atributos de su raza (Alberdi, 1991; Stolowicz, 2002). Pero el discurso quedó sin base empírica cuando, luego de la masiva eliminación de cuadros políticos y militantes sociales, se implementaron políticas económicas neoliberales durante 25 años, lo que llevaría al país modelo de la América del Sur a una descomposición social brutal. Esta latinoamericanización compulsiva llevada a cabo por la más sangrienta de las dictaduras militares del continente, una oligarquía económico-financiera genocida y la necesaria clase política mercantilizada, culminaría en uno de los puntos más desconcertantes de nuestra historia en el diciembre de 2001. La respuesta autista del grupo sushi no deja de ser asombrosa:

“…grupos enemigos del orden y de la República que aprovechan para intentar sembrar discordia y violencia, buscando crear un caos que les permita maniobrar para lograr fines que no pueden alcanzar por la vía electoral. Tengo clara conciencia del padecimiento de muchos compatriotas y es mi compromiso trabajar para resolver la emergencia social, pero se distinguir entre los necesitados y los violentos o delincuentes. Las causas de esta situación vienen de lejos, todos los que hemos gobernado durante décadas nos debemos la autocrítica. Solo saldremos adelante si asumimos nuestra responsabilidad histórica y dejamos de echarnos mutuamente culpas. Comprendo las penurias que atraviesan muchos de mis compatriotas, las comprendo y las sufro, pero la mayoría sabe que con violencia e ilegalidad no se sale de los problemas, los problemas hay que afrontarlos y eso estamos haciendo. Así como enfrenté los problemas económicos, así como dispuse medidas de emergencia para asistir a los más necesitados, decidí poner límites a los violentos que se aprovechan de la penurias ajenas…”[8]

Quebrado el contrato electoral entre la clase dirigente (político-partidaria, gremial, empresarial, eclesiástica) y los representados (Colectivo Situaciones, 2002), con la asunción del senador Duhalde se reacondicionó el poder político-partidario en la corporación caudillista bonaerense -duhaldismo y alfonsinismo- (Bonasso, 2002). La agenda política privilegió las amenazas al “orden público” que paulatinamente se centró en el movimiento piquetero, cuya manera de luchar y enfrentar las políticas neoliberales de los 90, provenía desde el interior del país (iletrado y bárbaro) con una larga serie de estallidos sociales focalizados (Petras, 1997; Farinetti, 1998 y 2000; Auyero, 2000, 2002 y 2004; Giarracca, 2001; CTA, 2002; Iñigo Carrera, 2002; Centro de Estudios Nueva Mayoría, 2002; Kohan, 2002; CELS, 2003; Lobato y Suriano, 2003; Svampa y Pereyra, 2003; Recalde, 2003; Almeyra, 2004)[9].

Mientras otros sectores se vieron perjudicados (clase media y media alta con el corralito bancario; y clase media y media baja ante las inseguridades habitacionales, laborales y previsionales) la “barbarie piquetera” provocó una compleja mezcla de admiración, solidaridad, compasión, desconocimiento (Argenpress, 2003; Kiernan, 2004).

A medida que el país se fue “normalizando”[10] según el discurso de las elites dominantes, la barbarie se volvió “un otro” a temer, que dejó de multiplicarse en el interior del país -al mismo tiempo que quebraban las economías regionales- para instalarse en el conurbano bonaerense, muy cerca del poder político-económico de la Argentina. El concentrado discurso mediático (Ramonet, 2002; Horvat, 2002; Moñino, 2003) fue endureciéndose cada vez más con los piqueteros: así, se dijo que fueron infiltrados por las FARC colombianas, utilizaron francotiradores, enviaron grupitos agitadores a todos los cortes del país, utilizan palos y capuchas, y por sobre todo son violentos. Pero el problema, más allá de todo esto es que la neobarbarie avanzó sobre el Obelisco. De este modo, reactualiza la preocupación sarmientina, con respecto a la barbarie, en cuanto a su capacidad invasora de la civilización (con apuntes de ideas medicalizadas sobre el posible contagio ante la invasión, en una poderosa metáfora de las grandes epidemias que no sólo asolan a los habitantes de un lugar sino al lugar en cuanto tal).

El interior toma la ciudad letrada, reina de la cultura, y trae violencia a su paso con la imagen de la otredad. El dispositivo mediático (Debray, 1995; Sartori, 1998; Cebrián 1998; Lerner, 1999; Blaustein, 1999; Kapuscinski, 1999; Gubern, 2000; Bourdieu, 2000; Champagne, 2000; Kiernan, 2000; Mangone 2000 y 2002; Klinenberg, 2001; Deleuze, 2001; Fernández, 2001; Xiques, 2001; Moyano, 2002; Hernández García, 2002; La Rocca y Spoleti, 2002; Martini, 2002; Saitta, 2002; Scheeres, 2002; Iacobsohn, 2003; Stancanelli, 2003; Pérez Caimi, 2003; Eco, 2004) a través de los canales América, 9, Telefé, 13, 26, TN, Crónica TV, Política y Economía (programas La Hora de Maquiavelo, Brooquers, Las cosas claras, Cuarto Poder, Al estilo de B. Neustadt
, Diaz de Crisis, y el de Marcelo Longobardi); las radios Continental, Mitre, 10; los diarios Clarín, La Nación, Ambito Financiero, Crónica; páginas webs como Infobae[11]; principalmente en los meses de junio-julio de 2004, relanzaron como nunca antes las categorías civilización-barbarie, a veces bajo sutilezas como “los buenos vecinos”, “nosotros, la gente”, “los normales”, por oposición “al otro”; es decir, bajo civilización-barbarie la sociedad se escinde en dos polos: nosotros-ellos.

Pero también se tejen grados y niveles de barbarie, así como las antiguas categorías del indio y el gaucho en tanto manifestaciones bárbaras pero disímiles, el dispositivo mediático presenta un discurso sedimentado y capilar, en donde la primera gran vertiente se antinomiza en Piqueteros Duros y Blandos. Los Duros son aquellos que no dejan alternativa de paso en los cortes de ruta, y los encargados de la seguridad llevan capuchas y palos, y no presentan política de seducción a la clase media; mientras que los Blandos registran una modalidad de corte que conlleva una alternativa de paso, van a cara descubierta, llevan ciertos símbolos identitarios como gorras y pecheras, presentan un diálogo a la distancia con la clase media a la que incorporan en su programa como aliada en un futuro cercano (Kohan, 2002; Colectivo Situaciones, 2002; Svampa y Pereyra, 2003).

Hasta cierto momento los medios informaron sobre los cortes, las acciones, las modalidades, las vinculaciones políticas y los discursos piqueteros más como una especie de taxonomía del novedoso movimiento social que como categorías de civilización-barbarie (la novedad está dada porque se está masificando en el conurbano, y no por su aparición, que como dijimos es precedente y proviene del Interior). Pero una vez que se producen las divisiones piqueteras, dentro de los grados de barbarie se comienza a establecer una cierta individualización del movimiento en algunos dirigentes nacionales de renombre: D´Elía, Alderete, Pitrola, Castells. Agotado el discurso menemista con la asunción del Kirchnerismo, una vez finalizado el compás de espera, la división de piqueteros Duros y Blandos, que se daba básicamente en el conurbano bonaerense, comienza a traspolarse al Obelisco, en dónde el fetiche fálico de la Reina del Plata pierde la cartografía (Beltrán y Heredia, 2002; Svampa, 2002; Martín, 2003) europea frente a la invasión bárbara. Pitrola y Castells se enfrentan no ya a la versión Dura del piqueterismo, sino a la línea oficial del nuevo presidente, encabezada por D´Elía, devenido en piquetero oficial, actualizando la antinomia en piqueteros Oficialistas y No Oficialistas. Retomando el discurso sarmientino, la barbarie aprovechable (en cuanto puede ser gobernada) y la que debe ser desechada.

Pero como la barbarie nunca deja de ser un “otro”, el discurso mediático que presenta las clasificaciones del piqueterismo claramente sedimentadas, sorprende con capilaridades que exceden las taxonomías previas. En este sentido, en medio de una ola de cortes, tomas del ministerio de Trabajo, protestas, etc., que venía llevando a cabo el Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados liderados por Castells (como nuevo y único Bárbaro que se publicita, ante la desaparición callejera de Pitrola), D´Elía, piquetero Blando-Oficial, produjo la mayor manifestación de la barbarie violenta al tomar una Comisaría (ante el homicidio de un dirigente piquetero integrante del sector que él lidera). De este modo anula la más concreta de las formas estatales que diseñaron las elites para frenar, controlar, vigilar y reprimir a los bárbaros: el monopolio legal de la violencia.

Finalmente, no debemos soslayar que en épocas de ascenso del movimiento piquetero, se presentó la antinomia ya no hacia dentro del mismo, sino hacia su exterior, pero circunscrito a las mismas clases pobres, como una nueva capilaridad en la taxonomía. El dispositivo mediático deja en claro qué tipo de pobreza organizada tolera el sistema: los cartoneros por ejemplo, puesto que reenvían a una cultura de trabajo (aunque en condiciones pésimas e incluyendo en algunas ocasiones a niños y adolescentes en la rutina laboral) y a una forma pacífica de solucionar las mismas necesidades que los piqueteros, mientras éstos lo hacen en forma violenta y sin trabajar, confundiéndose en el discurso trabajo con empleo. Es una nueva variante de la antigua pobreza inocente (gestionada por la Iglesia Católica y las Damas de la Beneficencia) y la pobreza culpable (gestionada por el Sistema Penal).

Como dijimos más arriba, los meses de junio-julio fueron de una intensísima campaña mediática de barbarización piquetera. Tal es así, que en ocasión de la quema de una bailanta y un patrullero policial en el conurbano, por parte de los familiares y vecinos de un joven asesinado a la salida del local bailable -por acción y/o omisión de los patovicas del lugar y agentes policiales de la comisaría local-, la agenda mediática lo presentó como la barbarie piquetera, por la presencia en el lugar de un pequeño grupo de piqueteros que se solidarizaron con la familia del joven. Días después, ya en la ciudad letrada, y en ocasión de tratarse el código contravencional en la legislatura porteña -en el marco del discurso de la ideología de la inseguridad, Wacquant, (1999), Pita, (1999), Zamorano, (2000), Biscay, (2002), Bompadre, (2004c)- se produjeron desmanes y roturas en el edificio (con los legisladores y empleados dentro), por parte de un grupo al que no reconoció ninguna de las organizaciones sociales que en ese momento estaban protestando pacíficamente. Los travestis, las trabajadoras sexuales, los vendedores ambulantes, los partidos políticos de izquierda, los centros estudiantiles y demás manifestantes, se vieron borrados y envueltos en la portada mediática que se presentó bajo la violencia de los grupos piqueteros más radicalizados. Las pequeñas barbaries mediáticas dejaron paso a la principal de todas: la invasión piquetera que llega al Obelisco, no respeta a los representantes de la gente y los vecinos, ataca un edificio histórico y produce daños y roturas, mantiene presos a los empleados dentro de la Legislatura, y no los deja trabajar, y por sobre todo, nos da inseguridad, que en la actualidad representa el discurso político más importante cuantitativa y cualitativamente en la idea de eliminación del “otro”. Esta idea se registra bajo una modalidad física (gatillo fácil, escuadrones de la muerte, apología de la tortura, defensa por mano propia, publicitación apologética de “justicieros”) o civil (aumento en las penas de prisión, mayores delitos con pena de prisión perpetua, imputabilidad cada vez menor, eliminación de delitos excarcelables, necesariedad de certificado de falta de antecedentes penales para conseguir empleo, negativa a la presencia de vendedores ambulantes y al cirujeo, justificación discursiva del racismo, responsabilidad individual por el desempleo, asociación del trabajo con la dignidad y descalificación ética del desocupado como un indigno, oposición a los cortes de ruta).

Esta propuesta desarticulante de los lazos sociales, profundamente explicitada por la racionalidad comunicacional, construye en sentido general la idea de un “otro”, que siempre es un integrante de esa compleja idea que circula capilarmente en la sociedad: la barbarie.

NOTAS.

[*] Ponencia presentada en el V Congreso Nacional de Sociología Jurídica, Universidad Nacional de La Pampa, Facultad de Ciencias Jurídicas y Económicas. 4, 5 y 6 de noviembre de 2004 en la Comisión 2: Sistema político y crisis de la representación política (2.5. judicialización /criminalización de los movimientos y protestas sociales)

[1] Algunos afirman que, en efecto, la embajada tenía la misión de encargar el asesinato del gran maestro argentino.

[2] La mayor parte la crítica coincide en afirmar que es Facundo el libro que inaugura la literatura argentina. En Efecto, a pesar de que “El Matadero” había sido escrito hacia 1838, fue publicado recién en 1871.

[3] Cabe aclarar que cuando decimos Europa nos referimos, en el plano cultural, a Francia, y en el plano político-económico, a Inglaterra. Para los miembros de la Generación del ’37 -a la que pertenecía Sarmiento- España constituía el centro de las tinieblas (Chávez, 1982).

[4] Es importante rescatar que una de las condiciones básicas para la aplicación del plan era la unificación del país, lograda recién bajo el autonomismo roquista. Pues, si bien tras Pavón (1863) Buenos Aires y la Confederación se unifican, aún quedan despojos del ulterior federalismo (Felipe Varela, “Chacho” Peñaloza) y surge la necesidad de conquistar el “desierto”. La derrota de los caudillos y el genocidio roquista dejaron el camino libre para la unificación portuaria y centralista, que se extiende hasta nuestros días.

[5] El Salón Literario, que funcionaba en la trastienda de la librería de Marcos Sastre, era el lugar en que los miembros de la Joven Argentina se reunían a debatir los proyectos estéticos-políticos de la reciente nación. En líneas generales, estos jóvenes -entre los que se destacaban Echeverría, Gutiérrez, Alberdi y Mármol- decían oponerse tanto a los viejos unitarios, de ideas caducas como a los oscurantistas federales.

[6] Es interesante señalar que el joven historicista Alberdi, en principio, apoyó a Rosas, pues veía en él la manifestación local de la Razón Universal. El conflicto surge en 1838, cuando las políticas proteccionistas de Rosas, lo enfrentan con el gobierno francés. Alberdi debe elegir entre la patria y la Humanidad. Gana la partida ésta última (Feinmann, 1982). 

[7] Rivera, Andrés. El farmer. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.

[8] Fragmento del presidente de la Rúa, estableciendo el Estado de Sitio el día 19 de diciembre de 2001.

[9] Los estallidos más importantes se registraron en Santiago del Estero (1993), Jujuy (1990-1995 y 1997), San Juan (1995), Córdoba (1995); Río Negro (1995), Cutral-Co y Plaza Huincul (1996 y 1997), Tartagal y Mosconi (1997, 1999 y 2000) y Corrientes (1999).

[10] No parece correcto hablar de normalización de un país cuando media población está bajo el índice de la pobreza, sobre los cuales 10 millones son indigentes; existe un desempleo estructural de dos dígitos; se registra una concentración escandalosa de la riqueza; asistimos a una crisis de todas las instituciones totales y se percibe una ruptura del contrato electoral con las clases dirigentes.

[11] Las modalidades comunicacionales existentes como dispositivo mediático se diversifican en canales de televisión abierta, radios AM y FM, periódicos, revistas, canales por cable, internet, telefonía, distribudoras de películas, operadores de televisión satelital, productoras televisivas y cinematográficas, cadenas de video clubes y de industrias musicales, productoras de eventos deportivos y musicales. Si bien en el presente artículo las categorías utilizadas se centran en el fenómeno piquetero, no debe dejarse de lado la utilización de la barbarie hacia dentro de la construcción mediática de la delincuencia, desde los relatos diferenciados entre “duelos populares” y “duelos de caballeros” (Gayol, 2002) de fines de siglo XIX, pasando por la diferenciación que realiza la agenda mediática hoy en día al separar los delitos “comunes” de los “políticos o económicos” (Martini, 2002), y la jerarquización establecida de los presos según el penal en que purguen la condena, estableciéndose los extremos entre la Penitenciaría Nacional y el Penal de Ushuaia, e incluso en ocasiones hacia dentro de cada uno de estos lugares se establecen similares categorías jerarquizantes (Saítta, 2002; Caimari, 2002 y 2004) en la construcción moderna del castigo estatal. La representación social de las categorías civilización-barbarie abarca distintos ámbitos de la realidad que pueden quedar incluidas o no, según los intereses político-económicos de las elites dominantes.  

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