La paz obtenida con la punta de la espada no es más que tregua
(Pierre Joseph Proudhon)
El modelo antropológico dominante en Occidente tiene un origen esencialmente en la tradición greco-romana en la que se configura la noción del “patria potestas” como una facultad en la que el padre de familia romano ostentaba el derecho de “disponer” sobre la vida de sus hijos como la de sus esclavos (bajo la simple argumentación de que quien era capaz de dar la vida, es por tanto, también, capaz de quitarla cuando lo estime conveniente y oportuno) estructurando a partir de esta potestad lo que en Occidente se terminó por conocer como el derecho del poder soberano sobre la vida y la muerte.
En el caso concreto del soberano frente a sus súbditos, la “patria potestas” del padre de familia romano se transforma en el poder de convocatoria que ostenta quien ejerce la autoridad para articular la defensa nacional ante la agresión externa emanada de un poder soberano extranjero. Tal defensa nacional supone para los súbditos “exponer sus vidas” en nombre del soberano ante el cual sirven.
En el caso de que la amenaza al soberano provenga de uno de sus súbditos, según Foucault, entonces el soberano puede ejercer sobre la vida del súbdito un poder directo y tal facultad es entendida como un derecho de vida y muerte que se diferencia del patria potestas en la medida en que este no es ya un privilegio absoluto (como del que gozaba el padre de familia romano) sino que está condicionado por la defensa del soberano y su propia supervivencia.
Lo interesante es que el derecho de vida y muerte, tanto en su forma moderna como en su antigua forma absoluta, es un derecho disimétrico. Es decir, el soberano no ejerce su derecho sobre la vida sino sobre la muerte, es decir, sobre su potestad de poner en acción o no su derecho de matar, o reteniéndolo; no erige (como es el caso de los poderes celestiales) su poder sobre la vida, sino en razón de la muerte que puede ocasionar puede exigir, por lo que la formula de “vida y muerte” se materializa como un derecho de hacer morir y dejar vivir (Derecho de Espada) que bajo el Estado Moderno se erige como un poder que administra la vida.
Foucault, estudioso de este fenómeno acreditó el hecho de que el Poder en la modernidad no se articula sobre el viejo derecho de matar, sino, disimétricamente, sobre la vida, es decir, sobre la especie, la raza y los fenómenos masivos de población. El poder moderno superó las formas de ese viejo derecho de hacer morir o dejar vivir mediante el poder de hacer vivir y el poder de hacer “rechazar” la muerte.
La modernidad, en esta tesitura, dirige su poder hacia la vida, hacia hacer vivir, lo que supone asegurar, reforzar, sostener y multiplicar la vida y ponerla en orden; en forma concomitante con el hecho de “rechazar hacia la muerte”.
Sin embargo, los cambios a nivel discursivo no significan ni significaron cambios en las acciones humanas que desactivaran de manera radical todos aquellos actos humanos dirigidos a Hacer morir a favor de la activación exclusiva de los actos que Hacen vivir, ya que esta transformación, según Foucault, hace que las guerras ya no se hagan en nombre del soberano ni de su defensa, sino, en nombre de la existencia de Todos, por lo que se educa a poblaciones enteras para que se maten mutuamente en nombre de la necesidad que tienen de vivir. Un ejemplo extremo de esta paradoja lo constituyó la Era Atómica en que la justificación para colocar a la población en riesgo de muerte general se esgrimió a partir de garantizar a otra su existencia. Es decir, el principio de poder matar para poder vivir, proveniente de la táctica de los combates, ha pasado a convertirse en un principio regulador de las relaciones entre los Estados.
Privilegiar la vida sobre la muerte debería, consubstancialmente, favorecer la Paz por sobre la Guerra y la violencia, sin embargo, como lo ha reconocido el Dr. Francisco Muñoz Muñoz, Director de larga data del Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada (España) en Occidente se ha acuñado una especie de síndrome noseológico según el cual se aspira a la Paz en clave de violencia y bajo este supuesto se ha generado un sistema de protección de la vida de los unos a través de la violencia contra los otros, por lo que la sociedad moderna occidental afirma la vida desde las capacidades de agresión hacia los otros (otredad). Por lo tanto, la lucha por la vida se ha estructurado a través de la violencia, de las guerras y de la resolución hostil de la conflictividad social e internacional.
Así, el ejercicio del derecho a la muerte que ejercieron los soberanos medievales se reelabora a través de la modernidad, por lo que el Poder no se limita ya a “dejar vivir” (permitiendo vivir a cada cual como quiera) sino a hacer depender tal vivencia en las capacidades de ejercicio de la fuerza sobre otros congéneres. De ahí que no se equivoca Michael Moore, en su obra Estúpidos Hombres Blancos al afirmar que George Orwell, en su obra 1984, acertó al señalar que el Líder necesita que los ciudadanos vivan en un estado de constante temor hacia el enemigo con el fin de que le concedan todo el poder que desea: como la gente quiere sobrevivir, renuncia de buena gana a sus libertades. Y, naturalmente, el único modo de conseguir esto es convenciendo al pueblo de que el enemigo está en todas partes y de que su amenaza es inminente, así y solo así es que el Derecho de Espada puede mantenerse vigente en la sociedad moderna.