Eugenio Raúl Zaffaroni: La Corte y el Poder Judicial, el arte de la transición. Por Eduardo Balestena

Permanecer y transitar.-

El nombramiento del Dr. Zaffaroni en la Corte abrió un inesperado espacio de consenso alrededor de su figura. De pronto se transformó en un símbolo de que: 1. La Corte debe (y puede) integrarse con juristas, 2. Que los procesos de elección deben buscar siempre el consenso, y 3. Que en ese consenso hay quienes tienen algo que ganar y quienes tienen algo que perder.
El título del libro de Francine Maciello (El arte de la transición) sirve como palabra para pensar en un judicial que o deberá cambiar -para no quedar a la zaga de un mundo mutable, en su complejidad y en su reclamo ético- o seguir afrontando su deslegitimación.
Hay varios cambios de los cuales la opinión pública debe ser conciente en esta etapa: cambian el paradigma de la ley, que no puede concebirse ya sin tratados internacionales ni la afirmación de la supremacía constitucional por encima de los órganos destinados a reconocerla y efectivizarla, el modelo de sociedad y la idea del papel ciudadano en las decisiones, y por último cambian los actores.

Cursos correctos y cursos de desastre.-

La investigadora americana Dava Sobel ha escrito un maravilloso libro en el que narra las peripecias por las cuales un carpintero y relojero de pueblo -John Harrison, nacido en 1693 y muerto en 1786- pudo imponer -contra los intereses de los científicos de su tiempo- luego de 42 años de lucha, sus relojes como modo de resolver el mayor problema tecnológico de la época: la determinación de la longitud en el mar por medio de la medición del tiempo, lo que permitió a los navíos orientarse definitivamente y llegar a salvo con sus tripulantes y cargas. En esta larga historia cuenta el naufragio de la flota inglesa en las islas Sorlingas -en 1707-: advertido el alto mando del error de rumbo por un marinero, se optó -como modo definitivo de resolver el problema- por ejecutarlo acusándolo de insubordinación sin concebir remotamente que pudiera estar en lo cierto -entendemos por qué la soberbia es un pecado capital-, permitiendo de ese modo que dos mil personas más murieran en la catástrofe.
El arte de la transición es entonces, en gran medida, obtener y continuar un rumbo que sea elegido no para complacer o afirmar la autoridad sino para sortear escollos y llegar a un destino -ya que la autoridad se justifica por su relación con la verdad y no por sus actos de poder-. El problema es que si no se cree en los sistemas, tampoco se cree en el destino al que pueda llegarse por medio de ellos.
Cambiar de curso es una necesidad aun para la propia autoridad que lo ha fijado anteriormente, ya que el de desastre termina siendo nefasto aun para aquel que lo decidió, con lo cual el mensaje parece ser: tomemos cursos verdaderos de ahora en más.

Buenos y malos.-

Una de las objeciones puestas a Zaffaroni fue que había sido juez en la época del proceso militar, a lo cual respondió que el Fiscal que llevó a juicio a las juntas también lo había sido, así como muchos otros que opusieron una resistencia desde adentro.
James Neilson -en un artículo publicado en julio por el diario Buenos Aires Herald- señala que no se trata de convertir el pasado en una película de buenos y malos y agrega, entre otras cosas, que aquellos que más rechazan la globalización, de algún modo adhieren a la “globalización jurídica” por la cual los crímenes de lesa humanidad pueden juzgarse fuera del país. Si en aquel entonces -dice Neilson- hubiera habido una consulta popular, la dictadura hubiera adquirido consenso.
Ya no está la dictadura, pero subsisten -con poder- las fuerzas que le dieron consenso, y no precisamente desempeñando el papel de los malos de la película, con lo cual esta frontera se hace más difusa.
A la luz del debate producido en torno a las leyes por las cuales buscó zanjarse la discusión en su momento, hemos pensado que, dentro de un marco general, cabría preguntar en este momento a Zaffaroni-:

Junto a la enorme complejidad del tema de las leyes de punto final y obediencia debida, surge la reflexión acerca de que si una solución jurídica no es jurídicamente zanjada, tarde o temprano, el debate buscará ese marco y que en este curso, ya no puede pensarse en una justicia nacional. El hecho de rechazar la tesis del doble derecho y hacer que los tratados internacionales tengan vigencia interna inmediata, promueve lo que para Habermas sería una permanente búsqueda de consenso. En esta búsqueda la última palabra ya no parece estar en los órganos de derecho interno sino en órganos internacionales. Así, parecería que debemos promover no una imagen simplemente “territorial” de lo que deben ser los dispositivos judiciales. En este sentido, el término que utiliza James Neilson, de globalización jurídica, no parece acertado, ya que no es lo mismo el concepto de globalización, que tiene que ver con las migraciones del capital, que la búsqueda de consenso, que tiene que ver con la verdad y la aspiración por la justicia, de este modo ¿Es correcto pensar en un sistema penal en términos territoriales o debemos concebirlo en términos más amplios, geográfica y filosóficamente?:

-Raúl Zaffaroni: Lo de las leyes, me parece que hay hechos nuevos y por ese lado creo que debiera resolverse. Veremos. Los hechos nuevos son los pedidos de extradición. Tenemos que juzgar aquí para que no juzguen afuera, eso sería ceder soberanía, y la Constitución no puede obligar a ello.

Sin embargo, ante casos de violaciones a derechos humanos que, sin quizás la gravedad de los delitos de genocidio, no han logrado ser tratados conforme a derecho, surge la necesidad de su planteo por ejemplo ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos ¿No es esta arbitrariedad en sí misma un acto de ceder soberanía y lo que fuerza a pensar en la necesidad de una competencia supranacional cómo único modo de hacer real la vigencia de derechos que el Estado viola?

-Raúl Zaffaroni: No, no hay una contradicción entre la jurisdicción supranacional o internacional y la nacional. En uso de la soberanía nacional se reconoce la jurisdicción internacional y se hace uso de ella, simplemente. No es lo mismo que el principio universal, en el que juzga una extraña jurisdicción extranjera.-

Hay una contradicción en este época, básicamente en torno a dos cuestiones: 1. que en la época en que los derechos humanos se han hecho positivos -al encontrarse legalmente previstos- , 2.es amplia su violación por parte del Estado. Los mismos Estados que adhieren constitucionalmente a convenciones internacionales, las violan, en algunos casos por parte de los propios órganos que deberían velar por su cumplimiento ¿Son ineficaces las herramientas o éstas se encuentran plasmadas independientemente de una mentalidad?

-Raúl Zaffaroni: La positivización de los derechos humanos es siempre útil, porque evita acudir al derecho natural o suprapositivo, como debían hacer los primeros liberales. En cuanto a su realización, es obvio que no están realizados plenamente ni mucho menos. Tienen estándares de realización, que es necesario hacer avanzar, siempre más, pero nunca están y dudo que algún día estén realizados totalmente, son más bien un programa. En modo alguno las instancias internacionales pueden suplir completamente las fallas de las nacionales, es necesario perfeccionar siempre éstas, la internacional es una especie de reaseguro, pero por lo menos lo tenemos.

La idea enraizada de un Poder Judicial verticalista parece un enorme factor de resistencia en cualquier propósito de hacerlo más transparente y democrático ¿Puede, al menos como ideal, existir una estructura más participativa y plural?

-Raúl Zaffaroni: Claro que sería muy bueno perfeccionar la estructura del Poder Judicial, di
scutirla, como también otras estructuras, no sé si la del propio presidencialismo, que creo ha fracasado. Quizá haya que pensar en un Tribunal Constitucional que provea un control centralizado de constitucionalidad.-

El mundo de la magistratura.-

El canto del destino, de Brahms, basado en la obra Hiperión, del poeta Friedrich Hölderlin, describe, en su primera parte el mundo de los Dioses, imperturbables en su inquietud celeste. Por contraste, la segunda muestra a la humanidad, sacudida en el mar, contra los arrecifes, condenada a desaparecer, de una en otra hora y en la tercera, vuelve a la música inicial, esta vez, sin coro y en otra tonalidad: no sabemos si ello significa que este destino de paz habrá de abarcar, algún día, a la humanidad toda, o es que, simplemente, los dioses desconocen su sufrimiento y pese a él, siguen viviendo en esta inmutable serenidad.
Así también es la idea entre dos clases de magistraturas, aquella en la que los jueces son intocables señores feudales de la enorme o pequeña región de la ley y de quienes, por uno u otro motivo, la transitan; o aquella otra por la cual detentan no un privilegio sino una misión que el grueso de la humanidad puede comenzar a exigir, si es que cuenta con los sistemas de representación que se lo permitan, en pos de rescatar a la magistratura como un ideal.
Tiene que ver con la idea de la resistencia -o de avance- desde adentro de que hablaba Zaffaroni.
Como dice Borges, el destino, fiel a las mínimas zancadillas, puede deparar algunas sorpresas. En mi caso es que, a lo largo del tiempo, hubiera podido tratar, por caminos harto diferentes, a Carlos Elbert y a Raúl Zaffaroni, quienes fueron pares en la Cámara Criminal y Correccional de la Capital Federal hasta la renuncia de este último, en 1990 y que han enfrentado no poca resistencia en pos de hacer de la magistratura un espacio de diálogo e ideas. Si este curso prosigue, no sólo quizás podamos evitar la catástrofe sino dar un sentido a esas resistencia desde adentro y a esa idea de buenos y malos y pensar que existe la esperanza, aun remota, de que se impongan los primeros. Es una paradoja que aquellos que supuestamente podrían defender espacios de poder dentro del sistema penal -como Elbert- sean las más de las veces quienes, en libros, foros nacionales e internacionales, y en actitudes personales, promuevan un pensamiento y acciones genuinamente humanistas.
Esperemos vivir un impensado giro en la rueda de la fortuna que haga que la separación entre estos mundos al menos no sea tan tajante y que las ideas puedan ganar espacios conquistados a la fuerza.
Si es así, quizás podamos aspirar a lo otro, a una sociedad que por medio del dolor, llegue a la justicia y a la verdad aun por vía de algo que parece imposible: hacer transparentes las instituciones.-

[*] por Eduardo Balestena