El verdadero golpe por Eduardo Luis Aguirre

He aquí "el golpe". Finalmente desnuda sus formas, delinea sus contornos novedosos, permite ver sus verdaderos alcances y sus macabras intenciones aggiornadas. Sus semejanzas y diferencias con experiencias rupturistas anteriores, sus fortalezas y debilidades. Sus cómplices institucionales y organizacionales y sus impulsores mediáticos que pululan al mediodía y a la medianoche, abasteciéndose de la alarmante crisis de diagnóstico y de las dificultades que en términos propositivos carcome a la protesta social iniciada por una clase media anestesiada durante décadas (en las que murieron miles de compatriotas, se perdió una guerra a la que nos condujo una pandilla ilegítima, se vació a la Nación, se hizo mucho más injusta a la sociedad argentina y se vendieron las joyas de la abuela, entre otras calamidades). Que únicamente reaccionó frente a la exacción de su propiedad privada y que, cuando lo hizo, pulverizó los restos de capital social supervivientes, metiendo a todos en la misma bolsa con una lógica transitiva y al voleo, golpeando sobre los pocos efectores de reaseguro de lo nacional y popular con el único instrumento socialmente suicida de la sospecha lineal y genérica.
Aquí está, entonces. Y estos son, sus mentores y ejecutores.

Con el dossier de Rudiger Dornbusch (ver página 12 del 2 de febrero de 2002) queda en claro que las nuevas formas de devaluación de la democracia implican lisa y llanamente una toma por asalto del gobierno argentino, con eje en los organismos de la hacienda pública, del Banco Central y de las palancas elementales de la economía de (lo que queda) de este país y de su Estado exánime e inerme ante este insólito pedido de "cesión temporaria de su soberanía".

Es el resultado esperable y previsible de una larga historia adversa. Y la consecuencia lógica del nihilismo reciente y del "que se vayan todos" crepitante y recurrente, en las calles y los diarios y programas de TV ad-hoc. "Que se vayan todos… para que vengan (vuelvan) ellos". Esta es la nueva ecuación y los nuevos términos de la más dolorosa experiencia de dominación social que intenta imponerse desde la "antipolítica". La primer consecuencia directa de las nuevas relaciones mundiales post-11 de setiembre en el Cono Sur. Y nos toca a nosotros. Acaso, entre otras cosas, porque la Argentina es uno de esos países módicamente importantes para los intereses estratégicos de las grandes potencias en el "sistema estatal interjerárquico" global que describe Carlos Escudé. Pero también porque no supimos distinguir lo importante de lo obvio, los aliados de los adversarios, los amigos de los enemigos históricos. Es ésta nuestra responsabilidad colectiva relevante. Por haber permitido. Por haber sido sujetos pasivos de la degradación de instituciones y ámbitos que nos costaron (muchísimo) conseguir y recuperar. Por haber observado impávidamente de qué manera el sistema expulsaba a los mejores hijos de esta tierra y colocaba en los lugares de dirección (públicos pero también privados) a los mediocres y los corruptos. Por no advertir que si todos estamos bajo sospecha, todos debimos haber contribuido a ello por acción u omisión o por no oponernos a ese tipo de generalizaciones malsanas, y que si somos lo que somos es porque en definitiva no supimos, no quisimos o no pudimos encontrar formas democráticas y republicanas más participativas, profundas y dinámicas. Que las prácticas políticas del pragmatismo de gambeta corta que ahora se denuncian hasta el hartazgo, existieron desde antaño y cristalizaron sus rasgos y sentaron bases culturales sólidas difícilmente conmovibles. Que esta justicia que tenemos (¿tenemos?) es producto de la extracción de clases y la ideología de sus operadores y de los mecanismos de selección a que hemos echado mano (a contramano, aquí sí y sugestivamente, de ejemplos contemporáneos de justicia postmoderna que dan cuenta, por ejemplo, que los jueces del Tribunal Penal Internacional duran tan sólo 4 años en sus funciones), erradicando casi siempre a los más aptos y colocando en su lugar a los que se suponen funcionales no se sabe bien a qué intereses (funcionalidad que deberá revalidarse fatalmente al momento en que deban jugar a suerte y verdad sus convicciones democráticas en caso de que se encomiende ilegalmente a las fuerzas armadas la "seguridad Interior" y su respeto por los derechos humanos ante los tiempos que se viven y la posibilidad de que se agudice la tendencia a criminalizar las demandas sociales). Que los dirigentes no hayan hecho los ejercicios de anticipación que reclamaba respecto de ellos Pierre Bourdieu (piedra angular contemporánea de una coherencia crítica respecto del neoliberalismo todopoderoso, recientemente fallecido, para colmo de males) tampoco nos exonera de responsabilidad -finalmente- ante la imposibilidad e incapacidad para construir consignas unitivas básicas que prescindan del torpe recurso de simplificar lo complejo, en una suerte de tentativa inacabada de suicidio colectivo.